El planeta está inundado de plástico. Ejemplos de esto nos llegan todos los días en denuncias e imágenes como tortugas atrapadas en empaques de cervezas, ballenas muertas en las playas por ingerir kilos de bolsas desechables, microplásticos en la comida de mar y las islas de plástico en el océano Pacífico.
Desde la ciencia, la lucha ha sido por desarrollar materiales y alternativas para sustituir y degradar el plástico. Pero hasta ahora, estas opciones son relativamente costosas en comparación con lo barato que resulta producir plástico no biodegradable industrialmente.
Desde los años 50 se han producido más de 8.000 millones de toneladas, lo suficiente para envolver a la Tierra en un empaque transparente. De esta cantidad, apenas el 9 por ciento ha sido reciclada y otro 12 por ciento incinerada. El resto ha ido a parar a los basureros, a los ríos y al mar. Según cifras de la ONU, al año se filtran al océano 8 millones de toneladas de plástico que se suman a los 150 millones de toneladas que ya acumulan.
Aunque hace poco se pensaba que el reciclaje era la mejor herramienta para enfrentar el problema, lo cierto es que solo reciclar, aunque necesario, es insuficiente; por un lado porque no liberará del mar los millones de toneladas de plástico existentes y, por otro, porque aplicando la tecnología de reciclaje más avanzada solo se podría tratar el 53 por ciento del total de plástico circulante.
Es por eso que la adopción de alternativas a estos tipos de plásticos y la búsqueda de opciones para degradar el existente son necesidades urgentes. Los biopolímeros (polímeros derivados de recursos naturales renovables) así como algunos hongos y bacterias pueden servir para estos propósitos, pero por sí solos no son la solución al problema y son insignificantes si la producción y el consumo no disminuyen.